Hace uno días, os dejábamos un artículo sobre la presencia de insectos xilófagos como la carcoma en las obras de arte. En él, os hablábamos de los factores que pueden propiciar la presencia de estas plagas, así como de las especies más comunes que se pueden encontrar en la Península Ibérica en las obras de arte realizadas en madera, principalmente los retablos. Hoy queremos hablaros de las metodologías más adecuadas para poder erradicarlas.

En general, un examen pormenorizado del retablo y del edificio es imprescindible para establecer un diagnóstico que permita diseñar un plan integral de control de plagas. Este examen debe contar, como primera fase, con una inspección visual de la obra y una toma de muestras, para aislar a los insectos en cualquier fase de su ciclo biológico. Lo primero es analizar el estado del reverso de la obra y de las zonas de policromía, donde más inciden los microorganismos y las plagas. Aislar a los ejemplares adultos no suele ser tarea fácil, y menos aún en zonas expuestas a una temperatura inferior a 18 ºC, ya que a bajas temperaturas los insectos minimizan su actividad, y las técnicas de detección en madera basadas en emisión acústica, ultrasonidos o mediciones de CO2 de la respiración no suele dar resultados satisfactorios. Esta labor es aún más difícil en el caso de los coleópteros, por lo que a veces se recurre a otras técnicas como la observación de los daños producidos, los tipos de orificios y galerías creados, el aspecto morfológico de los gránulos de serrín o el tipo de excrementos generados. Además, en los últimos años, la biología celular ha aportado nuevas herramientas para identificar especies a partir de un pequeño fragmento de uno de sus individuos, así como ha permitido manipulaciones genéticas que posibilitan su erradicación con ensayos de nuevos pesticidas y tratamientos no tóxicos.

La segunda fase de este examen pormenorizado debe consistir en la inspección general del edificio y la colocación de trampas para la detección de los insectos. Por ejemplo, en un edificio histórico, es importante observar objetos como muebles, cortinas, alfombras, libros o lienzos que hayan podido ser el origen o que acentúen la extensión de una infestación. El método más común para la detección y aislamiento de insectos en estado adulto son las trampas adhesivas que atrapan especies rastreras, principalmente. Deben colocarse en zonas estratégicas cercanas a puertas, ventanas y zonas aisladas y húmedas. Pero no siempre atrapan a los verdaderos causantes de los daños, ya que los insectos pueden permanecer en estado de larva o pupa en el interior de un soporte durante periodos de entre uno y ocho años.

Metodologías químicas

Otro método que también se utiliza para detectar y combatir a los insectos xilófagos es el uso de las feromonas. Se basa en la utilización de sustancias químicas sintetizadas en laboratorio que atraen a los machos de la especie en cuestión. Su principal problema radica, precisamente, en que deben ser muy específicas para cada especie y su síntesis en laboratorio es difícil y costosa. Además, los objetos artísticos se pueden impregnar del olor de las feromonas y atraer así al propio insecto deteriorante, lo que supondría el efecto contrario.

En el caso de las termitas, los tratamientos para su erradicación se basan en la aplicación de cebos con productos químicos sintetizados en laboratorio que impiden su crecimiento. El más conocido de ellos es el hexaflumuron, que es un insecticida de efecto retardado que inhibe la síntesis de la quitina, es decir, el componente principal del exoesqueleto del insecto. De esta forma, cuando la termita muda, no tiene forma de fabricar una nueva cutícula para su esqueleto y se interrumpe así la fecundación y la puesta de huevos, lo que conlleva la aniquilación de la colonia.

Metodologías no tóxicas

Sin embargo, las últimas tendencias en la erradicación de plagas se centran más en métodos no tóxicos y menos agresivos, ya que los tratamientos de desinsectación a partir de productos químicos tóxicos como los organoclorados, lindano u organofosfatados conllevaban alteraciones de las propiedades físico-químicas de los materiales históricos, por no hablar de los efectos en la salud de las personas que los tenían que aplicar así como en la de los profesionales del patrimonio.

Como alternativa, se están utilizando metodologías basadas en investigaciones pluridisciplinares que producen la muerte de las principales especies de xilófagos cuando se les somete a la acción combinada de distintas condiciones de temperatura, humedad relativa, concentración de oxígeno y tiempo de exposición. Aun así, se han encontrado especies resistentes a estas técnicas, sobre todo algunos coleópteros, por lo que sigue siendo necesario ahondar en la investigación de su fisiología para detectar otros parámetros que posibiliten su erradicación.

La primera de estas metodologías no tóxicas son las atmósferas con bajo contenido en oxígeno. El Museo de Pontevedra es uno de los pocos en España que cuenta con su propia cámara de anoxia. Tiene una capacidad de 27 metros cúbicos y está situada en su sótano, a donde solo se accede acompañado y con autorización. Por ella pasan cada año centenares de piezas históricas que salen libres de xilófagos. En su momento se trató de una apuesta ambiciosa, ya que tuvo un coste de 230.000 euros, pero a día de hoy es un elemento imprescindible para el equipo de restauración y conservación del museo.

El sistema es bastante sencillo. Cada obra sospechosa de contener xilófagos es aislada del resto hasta que se pueda someter a esta técnica. Una vez en la cámara de anoxia, esta es cerrada herméticamente y se va reduciendo la cantidad de oxígeno paulatinamente hasta llegar a niveles muy bajos, entre el 0,1-0,2%, cuando es sustituido por nitrógeno, proceso que puede durar entre uno y dos días. Transcurrido un plazo de unas cuatro semanas, en las que la temperatura, la humedad relativa y la concentración deben ser controladas en todo momento, las obras quedan descontaminadas y listas para volver a exponerse con el resto de la colección.

La segunda técnica no tóxica es la que se basa en el tratamiento por choques térmicos, en la que existen varios procedimientos. En general, las piezas artísticas se exponen a altas o bajas temperaturas en periodos cortos de tiempo. En el caso de las bajas, las obras se someten a un intervalo entre -10 y -30 ºC. La mayoría de las especies pueden erradicarse cuando se les aplican temperaturas de entre 0 y -34 ºC durante 12 horas a 15 días. Más concretamente, las termitas se requieren -34 ºC; los anóbidos necesitan -30 ºC; y los dermestidos precisan -25 ºC.

En el caso de altas temperaturas, los objetos afectados se exponen a 50-60 ºC durante un máximo de 24 horas. Como es obvio, estas alteraciones pueden provocar contracciones y alteraciones indeseables sobre todo en las obras de arte realizadas con materiales de distinta naturaleza. Sin embargo, se ha observado que en el caso de emergencias graves este procedimiento puede resultar rápido, útil y económico. Los bienes siempre tienen que estar en el interior de una bolsa de plástico para evitar la pérdida excesiva del contenido de agua de la madera. Las proteínas, tanto de los insectos como de la propia madera, pueden degradarse a partir de los 55 ºC, por lo que conviene ser muy cuidadosos. Para muchos expertos, la eficacia y conveniencia de estos tratamientos por choque térmico aún son muy cuestionables.

Conclusión

En resumen, la total desinsectación de una obra de arte de las características de un retablo requiere de un plan integral de control de plagas que contemple, por un lado, la obra en sí, y, por otro, al edificio que la alberga. En el caso del retablo, habrá que identificar a los agentes causantes del daño, diagnosticar y evaluar el deterioro, comprobar la incidencia de la humedad, diseñar preferiblemente un tratamiento no tóxico a ser posible sin tener que desmontar la obra, eliminar las plantas ornamentales que pudieran atraer más insectos y efectuar un seguimiento de procedimiento efectuado. En el caso del edificio y su entorno, habrá que analizar las condiciones de temperatura, humedad, iluminación, ventilación y presencia de contaminantes químicos y biológicos en el mismo, identificar las plagas que le afectan, observar el deterioro de otros objetos como mobiliario, cortinajes o alfombras, establecer medios para combatir la infestación, eliminar las fuentes de humedad, sustituir las maderas sin valor histórico que estén infestadas, proceder a la limpieza preferiblemente por aspiración y aplicar un plan de prevención a largo plazo.

Las nuevas tecnologías permiten hoy en día realizar diagnósticos precisos y diseñar soluciones altamente eficaces en el caso de la erradicación de plagas. Pero aun así, la conservación del Patrimonio Histórico Artístico requiere siempre de un enfoque multidisciplinar con actuaciones coordinadas, y la concienciación y colaboración de todos los agentes implicados: profesionales, políticos, autoridades administrativas y eclesiásticas, educadores y, por supuesto, público en general.

FUENTE: “Análisis del Biodeterioro. Infestaciones y erradicación”, por Nieves Valentín, Unidad de Biodeterioro del IPHE. Dialnet

Toda una sorpresa fue la que se llevó Mary Schafer, conservadora del museo de arte Nelson Atkins de Kansas (Estados Unidos), cuando examinaba la pintura “Los olivos”, de Vincent Van Gogh. Desde su creación en 1889, este cuadro escondía un pequeño secreto en su parte inferior: los restos de un saltamontes que se habían quedado incrustados entre las gruesas pinceladas del autor holandés. Este hallazgo, que se realizó casi de forma accidental, despertó el interés de todo el equipo de análisis, ya que confirmaba que la pintura al aire libre fue una de las técnicas más utilizadas por Van Gogh, lo que le hizo tener que lidiar con diferentes inclemencias como el viento, el polvo o los insectos. De hecho, en una de las cartas que envió a su hermano Theo en 1885 ya contaba como tuvo que retirar cien moscas de cuatro de sus lienzos, además de granos de arena y briznas de hierbas.

Esta curiosa historia da cuenta de la habitual presencia de insectos en las obras de arte, pero, desgraciadamente, no siempre es tan inocua como la de los restos de este saltamontes. Al contrario, estos pequeños animales son la causa de grandes desperfectos en nuestro patrimonio, fundamentalmente por parte de los xilófagos, es decir, aquellos que se alimentan de madera. En el caso de nuestro país, los retablos son sin duda los elementos artísticos más perjudicados por el ataque de las plagas de insectos, así como las colecciones de arte que se conservan en los sótanos de museos, anticuarios, galerías o coleccionistas.

La humedad que se da en muchos de estos espacios es el caldo de cultivo ideal para el desarrollo de microorganismos que pueden causar graves daños, así como de insectos. Estos se alimentan directamente de las obras de arte, ya sean de madera, cuero u otra sustancia orgánica, depositan sus huevos en ellas y producen desperfectos que incluso pueden ser irreparables. Entre los más comunes están los dermestidae y los anobiidae, entre los que se encuentran termitas y carcomas. Todos ellos constituyen, de esta manera, los agentes biodegradantes más relevantes de maderas, tanto estructurales como las que han servido de soporte para la ejecución de obras de arte.

Uno de los principales problemas del tratamiento del biodeterioro presente en retablos radica en que la mayoría de las veces se ha abordado la cuestión de forma puntual, centrándose únicamente en la propia obra de arte, sin tener en cuenta las características de los edificios que las albergan, así como las condiciones medioambientales y geográficas de los lugares donde están ubicados. La humedad afecta directamente en el asentamiento de los insectos y a su vez está relacionada con aspectos estructurales y arquitectónicos de las construcciones. Pero en edificios históricos, subsanar estos problemas suele conllevar una labor compleja que requiere un estudio integral para evaluar y conocer su procedencia: si se trata de humedades por capilaridad, por condensación, etc.

Pero más allá de la humedad, hay otros factores determinantes. La temperatura también influye en el desarrollo de insectos. Los anóbidos suelen tener un ciclo de vida de 1-2 años, pero pueden llegar a tener dos generaciones en un periodo entre 8 y 14 meses cuando colonizan madera en un edificio que combine calefacción y humedad. Las termitas, por su parte, se ubican en lugares en los que el termómetro no descienda de 0 ºC. La falta de luz también puede favorecer la presencia de muchos insectos como Lepisma sacharina, Thermobia doméstica y las termitas, Reticulitermes lucífugus. Otro punto determinante para evitar la proliferación de insectos es una adecuada ventilación de los edificios, ya que estabiliza la humedad relativa ambiental, reduce el contenido de agua de la madera y evita la concentración de humedad por condensación. También el tipo de madera y las condiciones de la superficie de esta tienen mucho que ver: las más rugosas acumulan polvo, hongos y huevos de insectos. Y, por último, la falta de mantenimiento de los edificios, las restauraciones inadecuadas y la escasa limpieza de las obras de arte contribuyen al biodeterioro y a que, además de insectos, puedan desarrollarse hasta micromamíferos como roedores, que también pueden causar un daño irreparable al patrimonio histórico-artístico.

Especies más frecuentes

Son varias las especies más frecuentemente aisladas en los retablos españoles y los edificios históricos que los albergan. Los grupos pertenecientes a la familia Anobiidae se han encontrado en maderas de pino, roble, cerezo y castaño. Los Lyctidae deterioran maderas de frondosas blandas. En la familia Cerambycidae, los Hylotrupes bajulus prefiere maderas de coníferas como el pino y el abeto, mientras que los Hesperophanes cinerus ataca madera de frondosas, haya, acacia, álamo, nogal o castaño. Los Dermestidae, aunque son plagas minoritarias en retablos, se pueden detectar en maderas con adhesivos.

Pero son las termitas subterráneas, entre ellas, la especie Reticulitermes grassei, las consideradas como la mayor amenaza para los edificios y retablos de la Península Ibérica. Tanto la ya mencionada Reticulitermes grassei como el coleóptero Hylotrupes bajulus se consideran especies muy peligrosas porque atacan muy gravemente a las estructuras de madera de los edificios y a las obras de arte. Durante los últimos años las plagas de los primeros de ellos se han incrementado, sobre todo en las costas mediterránea y cantábrica y en el interior de la Península. Sevilla, Córdoba o Toledo, ciudades mundialmente famosas por su rico patrimonio, sufren de forma recurrente ataques de este tipo de insectos en sus bienes inmuebles.

FUENTE: “Análisis del Biodeterioro. Infestaciones y erradicación”, por Nieves Valentín, Unidad de Biodeterioro del IPHE. Dialnet